20 de enero de 2007

Artículos inolvidables


Acá, sigo con los posts de los artículos inolvidables.



David Ortiz-Alburquerque - Ex profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo
En la actualidad Analista de Sistema en la ciudad de Nueva York.


La inútil pelea de los “nazionalistas” dominicanos



La República Dominicana nació deforme. Contrario al ideario de Juan Pablo Duarte, en el que no había menosprecio, ni odio, ni resentimiento contra el pueblo haitiano, quienes en realidad dirigieron el proceso independentista y controlaron el poder desde el mismísimo 27 de Febrero de 1844 fueron los ex esclavistas resentidos, encabezados por el déspota y traidor Pedro Santana.

Los dominicanos le debíamos la abolición de la esclavitud en nuestro territorio a Haití. El odio de los grupos dominantes de la época contra los haitianos, odio que se encargaron de transmitirle al pueblo, estaba sin duda ligado a este hecho. Desde ese mismo momento se definió la llamada “dominicanidad” en función del anti-haitianismo.

Es como si los pueblos del Sur y Centro América definieran su identidad en contraposición a sus vecinos. Así, por ejemplo, los brasileños lo serían en la medida en que fueran anti-argentinos y viceversa. O los panameños en función de odiar a Colombia, para dar un ejemplo tal vez un poco más preciso.

A través de nuestra historia, diferentes gobiernos dominicanos han insistido en esa definición torcida y absurda de “dominicanidad”. Esto fue especialmente notorio en el caso de los regímenes de Trujillo y Balaguer. Los intelectuales al servicio de los sectores que desde el poder han arruinado al pueblo dominicano, se encargaron de elaborar el andamiaje ideológico (a cuya designación como “nazionalismo” yo me adhiero), para validar una “dominicanidad” que conduce a un callejón sin salida.

Esto así, porque el anti-haitianismo es sencillamente insostenible a largo plazo. Y es insostenible, en primer lugar, por la hipocresía mayúscula que el mismo implica. Los haitianos son detestables, ilegales, delincuentes, negros, sucios, feos, pero sólo cuando reclaman sus derechos como seres humanos y el acceso a los servicios sociales básicos.

Mientras se someten mansamente a la explotación despiadada del corte de la caña y de las más duras y miserables labores agrícolas y de la construcción (y se mantienen arrinconados en sus tugurios), los haitianos son necesarios y buenos. Entonces no son ilegales. Pero si una mujer haitiana quiere parir en un hospital, de inmediato surge su ilegalidad. Si quieren escuelas para sus hijos, son extranjeros en tránsito aunque tengan décadas residiendo en el país. Si protestan por los maltratos y violaciones groseras a sus derechos humanos fundamentales, son invasores ingratos que muerden la mano que les da de comer.

Y sobre todo, nunca serán dominicanos aunque hayan nacido en el territorio nacional y hayan vivido en él toda su vida. Son el único grupo humano que recibe este tratamiento en nuestro país. Como ejemplo, recuérdese que durante años la llamada “opinión pública” dominicana estuvo insistiendo hasta el ridículo, en que Mary Jo Fernández, la entonces notoria tenista hija de extranjeros y nacida por accidente en Santo Domingo, era dominicana debido a este hecho fortuito.

La blanca Mary Jo sí tenía no sólo derecho, sino casi la obligación de ser dominicana. Ningún haitiano, nacido y criado en Santo Domingo, tiene sin embargo ese derecho. En el caso de Mary Jo ella se encargó de poner las cosas en orden, al reclamar su condición de nacional de los Estados Unidos, dándole con ello una bofetada a los racistas y clasistas dominicanos que se desvivían por contarla entre su gentilicio.

La otra razón por la cual el anti-haitianismo es insostenible a largo plazo, es la realidad incontrovertible, rotunda, inalterable, de que ambos pueblos ocupamos una pequeña isla, la cual de verdad es única e indivisible, lo que nos condena a la convivencia e integración. La pretensión nazionalista de mantener la “pureza de la dominicanidad”, entendiendo ésta como separación y diferenciación radical y absoluta respecto a Haití, es sencillamente absurda e impracticable. La presencia haitiana en República Dominicana es irreversible. No hay fuerza en el mundo capaz de cambiar esta realidad.

Las deportaciones o “repatriaciones”, en las que hasta dominicanos negros son expulsados al otro lado de la frontera, son totalmente inútiles. El flujo de haitianos continuará mientras en Haití prevalezca la miseria actual, lo que no parece que cambiará en las próximas décadas, y mientras en República Dominicana requieran de la mano de obra barata haitiana, lo que tampoco tiene indicios de cambiar.

El sueño apenas disimulado de algunos nazionalistas de una “solución militar” al problema haitiano (como el genocidio cometido por Trujillo en 1937), no es más que una masturbación macabra en mentes desquiciadas y por completo desfasadas de la realidad actual en el mundo.

Respecto a la histeria que ha generado en el país la supuesta o real conspiración internacional para fusionar ambos Estados “fallidos” (la cual, si se recuerda bien, la desató por primera vez Joaquín Balaguer como arma electoral contra el “negro haitiano” José Francisco Peña Gómez), sería bueno tomar en consideración que, independientemente de cuáles sean las intenciones de las potencias de la Globalización respecto a este asunto, también existen en el mundo fuentes importantes de opinión en el campo progresista.

¿Cuál sería la opinión de los intelectuales, instituciones y gobiernos progresistas del mundo sobre el anti-haitianismo dominicano? ¿Qué dirían de la tesis racista y ridícula de que los descendientes de haitianos nacidos en el país y que han vivido toda su vida en República Dominicana, no solamente no son dominicanos, sino que ni siquiera tienen derecho a ser portadores de una documentación que los acredite como seres humanos, porque hasta el acta de nacimiento se les niega? ¿Qué dirían de la pretensión dominicana de explotar inmisericordemente la mano de obra haitiana y al mismo tiempo negarle sus derechos civiles, humanos y sociales elementales?

Es lo que dije antes: el anti-haitianismo es insostenible, conduce a un callejón sin salida y no hay histeria nazionalista que lo salve. La sensatez, ya que no la conciencia, debería hacer pensar a los anti-haitianos dominicanos en la necesidad de entender el carácter especialísimo de nuestro vínculo con Haití, y por lo tanto en la necesidad de una relación cualitativamente distinta en que de verdad impere el intercambio y la comunicación armoniosa entre ambos pueblos.

Para esto es absolutamente necesario que cese la política de discriminación y violación de los derechos humanos de los haitianos residentes en nuestro país, lo cual significa abandonar la hipocresía de considerar ilegales a los haitianos a conveniencia, fomentando la explotación de su mano de obra barata y al mismo tiempo respingando a la hora de asumir las consecuencias sociales que de ello se derivan.

Si la inmigración haitiana es tan indeseable como dicen, entonces que cesen de explotar haitianos en los cañaverales, platanales, cafetales, cacaotales, en toda la agricultura, así como en las zanjas y andamios de las construcciones. De hacer eso serían coherentes con su anti-haitianismo. Pero sabemos que esto no ocurrirá.

Por lo tanto, que cesen la necedad y la torpeza y asumamos con sensatez, creatividad y responsabilidad la realidad histórica que nos ha tocado enfrentar.

VER ARTICULO PUBLICADO EN LA SECCION FIRMAS DE CLAVE DIGITAL EL DIA martes, 02 de agosto de 2005

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