PÉTION-VILLE, Haití.- Al pie del artículo de la semana pasada, me llamó la atención, un conciso y valioso comentario que escribiera una lectora quien firmó con el nombre de Zarithza T. Richiez-De La Concha.
En esa ocasión, la apreciada comentarista me dirigió las siguientes preguntas:
“Sr. Steven: ¿Qué según usted y su grupo es lo que debemos hacer los dominicanos para no herir los sentimientos ni los derechos humanos de los haitianos? ¿Cuáles son sus posibles soluciones?”
Antes de escribir una respuesta breve a estas dos oportunas e interesantes preguntas opté por esperar, y responder de una forma más extensa a la amable Señora en particular y a todos los distinguidos lectores en general.
Así que en el presente artículo, plantearé mis humildes y sinceras opiniones al respecto:
El paso primordial para encaminar soluciones sería que los forjadores de la calamitosa y cínica ideología antihaitiana reconocieran la monstruosidad de sus actos y que se disculparan con el corazón en la mano.
No se trata de excusas ante Haití o ante el pueblo haitiano. Se trata más bien de confesarse y excusarse ante el pueblo dominicano y principalmente ante el segmento de este jovial pueblo que, víctima de una permanente propaganda xenofóbica, se ha dejado arrastrar ingenuamente en un odioso y dramático abismo de racismo, de difamaciones y de animadversión.
Los principales ideólogos del antihaitianismo tienen que excusarse ante sus compatriotas por haberles inculcado a través del tiempo, un sinfín de fábulas, de invenciones desaliñadas y de insensatos estereotipos antihaitianos; tienen que disculparse por haberse burlado de la inteligencia, del sentido común de sus conciudadanos y por haberles envenenado innecesariamente el alma y el corazón.
Asimismo, los doctrinarios antihaitianos tienen que disculparse ante los millones de emigrantes dominicanos que residen en tierra extranjera y que padecen atrozmente del hostigamiento policial, de la exclusión y de la discriminación.
Tienen que pedirles perdón por su prolongado silencio, -impuesto por la misma ideología que preconizan- y paliar, por ejemplo, el desamparo en el cual se desenvuelven los emigrantes dominicanos en la isla de Borinquen, solidarizándose con las denuncias hechas en Puerto Rico por la valiente catedrática dominicana, Hilda Guerrero, quien declaraba en una conferencia celebrada el fin de semana pasado que:
“...se producen actitudes discriminarías contra los inmigrantes dominicanos, muchos de los cuales llegan a la Isla del Encanto en frágiles embarcaciones.(...) Muchos sufren en silencio el discrimen (...) y no se atreven a denunciarlas por miedo a las consecuencias que estas pueden traerles, en casos de personas indocumentadas, sienten temor a la repatriación o deportación y prefieren guardar silencio”.
La profesora Guerrero agregó que los estudiantes dominicanos “son objetos de burla y desprecio no sólo por otros estudiantes sino también por maestros y personal de ayuda de las escuelas y universidades”, sin que las autoridades de la isla hagan algo para enfrentar la situación.(...) Muchos maestros tienen la falsa percepción de que los estudiantes dominicanos son “brutos, torpes e inferiores”, a pesar de que muchos de ellos obtienen buenas calificaciones. (...) Esta problemática provoca que en muchos casos los estudiantes dominicanos se sientan que son inferiores o menos que los puertorriqueños, provocando que algunos nieguen su procedencia para sentirse aceptados por sus pares, renunciando así a su identidad, provocando baja autoestima, rabia, resentimientos, corajes y muchas emociones encontradas con sus padres, y hasta el rechazo a su lugar de origen”.
Excusarse ante el pueblo dominicano pues, constituirá una señal firme de que los sectores ultranacionalistas han decidido dirigirse hacia un horizonte más alentador para el establecimiento de relaciones respetuosas y fraternales entre los dos pueblos que comparten la isla. Aunque un sabio refrán popular expresa que “lo último que se pierde es la esperanza”, reconozco sin embargo, que esperar tan noble gesto de parte de un sector que ha probado ser recalcitrante desde siempre, es probablemente un piadoso deseo.
Otro componente que ayudaría a las soluciones sería que la fracción del pueblo dominicano que se encuentra sumergida en las aguas perturbadas del antihaitianismo, aprenda a discernir y a desenmascarar las múltiples artimañas usadas por los detractores del pueblo haitiano.
Esta paleta de artificios deshonestos es muy amplia por lo que me limitaré a señalar solamente algunas:
Una de las tantas artimañas utilizadas para asentar el odio hacia Haití y hacia los inmigrantes haitianos en territorio dominicano, en particular, es de recurrir a las tergiversaciones y descontextualizaciones de los hechos históricos.
En efecto, algunos historiadores cegados por una dosis extrema de antihaitianismo se han dedicado a hacer circular en la sociedad dominicana, teorías extraordinariamente ficticias, acomodándolas a sus infames propósitos.
Una de estas fábulas es que desde siempre, el pueblo haitiano se ha opuesto y aún hoy en día, rehúsa aceptar la creación y la soberanía de la vecina República Dominicana.
La realidad es otra: el pueblo haitiano se ha solidarizado permanentemente con la hermana República Dominicana aún en sus más difíciles momentos como lo fue el período de la guerra de la Restauración. Numerosos soldados y civiles haitianos han perecido heroicamente sobre los campos de batalla al lado de los combatientes dominicanos, contribuyendo así a la independencia de este territorio que hoy representa el orgullo de todos los dominicanos y dominicanas.
Y si bien es verdad que la historia relata sobre algunas invasiones de gobernantes haitianos hacia la parte Este de la isla durante el siglo XIX, permanece también irrefutable que estos actos bélicos se cometieron en un contexto en el cual, se combatía en contra de unos dirigentes entreguistas y dispuestos a vender su patria a las potencias esclavistas de la época por un puñado de dólares, de pesetas o de francos, lo que ponía en riesgo la independencia de la joven nación haitiana que, con sangre y lagrimas, se había liberado valientemente de la férula de una abominable esclavitud. En esa ocasión, la apreciada comentarista me dirigió las siguientes preguntas:
“Sr. Steven: ¿Qué según usted y su grupo es lo que debemos hacer los dominicanos para no herir los sentimientos ni los derechos humanos de los haitianos? ¿Cuáles son sus posibles soluciones?”
Antes de escribir una respuesta breve a estas dos oportunas e interesantes preguntas opté por esperar, y responder de una forma más extensa a la amable Señora en particular y a todos los distinguidos lectores en general.
Así que en el presente artículo, plantearé mis humildes y sinceras opiniones al respecto:
El paso primordial para encaminar soluciones sería que los forjadores de la calamitosa y cínica ideología antihaitiana reconocieran la monstruosidad de sus actos y que se disculparan con el corazón en la mano.
No se trata de excusas ante Haití o ante el pueblo haitiano. Se trata más bien de confesarse y excusarse ante el pueblo dominicano y principalmente ante el segmento de este jovial pueblo que, víctima de una permanente propaganda xenofóbica, se ha dejado arrastrar ingenuamente en un odioso y dramático abismo de racismo, de difamaciones y de animadversión.
Los principales ideólogos del antihaitianismo tienen que excusarse ante sus compatriotas por haberles inculcado a través del tiempo, un sinfín de fábulas, de invenciones desaliñadas y de insensatos estereotipos antihaitianos; tienen que disculparse por haberse burlado de la inteligencia, del sentido común de sus conciudadanos y por haberles envenenado innecesariamente el alma y el corazón.
Asimismo, los doctrinarios antihaitianos tienen que disculparse ante los millones de emigrantes dominicanos que residen en tierra extranjera y que padecen atrozmente del hostigamiento policial, de la exclusión y de la discriminación.
Tienen que pedirles perdón por su prolongado silencio, -impuesto por la misma ideología que preconizan- y paliar, por ejemplo, el desamparo en el cual se desenvuelven los emigrantes dominicanos en la isla de Borinquen, solidarizándose con las denuncias hechas en Puerto Rico por la valiente catedrática dominicana, Hilda Guerrero, quien declaraba en una conferencia celebrada el fin de semana pasado que:
“...se producen actitudes discriminarías contra los inmigrantes dominicanos, muchos de los cuales llegan a la Isla del Encanto en frágiles embarcaciones.(...) Muchos sufren en silencio el discrimen (...) y no se atreven a denunciarlas por miedo a las consecuencias que estas pueden traerles, en casos de personas indocumentadas, sienten temor a la repatriación o deportación y prefieren guardar silencio”.
La profesora Guerrero agregó que los estudiantes dominicanos “son objetos de burla y desprecio no sólo por otros estudiantes sino también por maestros y personal de ayuda de las escuelas y universidades”, sin que las autoridades de la isla hagan algo para enfrentar la situación.(...) Muchos maestros tienen la falsa percepción de que los estudiantes dominicanos son “brutos, torpes e inferiores”, a pesar de que muchos de ellos obtienen buenas calificaciones. (...) Esta problemática provoca que en muchos casos los estudiantes dominicanos se sientan que son inferiores o menos que los puertorriqueños, provocando que algunos nieguen su procedencia para sentirse aceptados por sus pares, renunciando así a su identidad, provocando baja autoestima, rabia, resentimientos, corajes y muchas emociones encontradas con sus padres, y hasta el rechazo a su lugar de origen”.
Excusarse ante el pueblo dominicano pues, constituirá una señal firme de que los sectores ultranacionalistas han decidido dirigirse hacia un horizonte más alentador para el establecimiento de relaciones respetuosas y fraternales entre los dos pueblos que comparten la isla. Aunque un sabio refrán popular expresa que “lo último que se pierde es la esperanza”, reconozco sin embargo, que esperar tan noble gesto de parte de un sector que ha probado ser recalcitrante desde siempre, es probablemente un piadoso deseo.
Otro componente que ayudaría a las soluciones sería que la fracción del pueblo dominicano que se encuentra sumergida en las aguas perturbadas del antihaitianismo, aprenda a discernir y a desenmascarar las múltiples artimañas usadas por los detractores del pueblo haitiano.
Esta paleta de artificios deshonestos es muy amplia por lo que me limitaré a señalar solamente algunas:
Una de las tantas artimañas utilizadas para asentar el odio hacia Haití y hacia los inmigrantes haitianos en territorio dominicano, en particular, es de recurrir a las tergiversaciones y descontextualizaciones de los hechos históricos.
En efecto, algunos historiadores cegados por una dosis extrema de antihaitianismo se han dedicado a hacer circular en la sociedad dominicana, teorías extraordinariamente ficticias, acomodándolas a sus infames propósitos.
Una de estas fábulas es que desde siempre, el pueblo haitiano se ha opuesto y aún hoy en día, rehúsa aceptar la creación y la soberanía de la vecina República Dominicana.
La realidad es otra: el pueblo haitiano se ha solidarizado permanentemente con la hermana República Dominicana aún en sus más difíciles momentos como lo fue el período de la guerra de la Restauración. Numerosos soldados y civiles haitianos han perecido heroicamente sobre los campos de batalla al lado de los combatientes dominicanos, contribuyendo así a la independencia de este territorio que hoy representa el orgullo de todos los dominicanos y dominicanas.
La gran mayoría del pueblo haitiano se ha estremecido durante las epopeyas del pueblo dominicano frente a los poderosos ejércitos colonialistas y siempre ha deseado y apoyado el advenimiento de una nación dominicana fuerte y capaz de defender dignamente su población, su territorio y su soberanía.
Pero no bastó distorsionar, retorcer este pasado lejano. El crear y hacer perdurar mitos sobre la actual población haitiana, es otra de las artimañas predilectas de los sectores ultra conservadores que deberían ser objeto de cuestionamientos de parte de los dominicanos y dominicanas:
Por ejemplo, no es un secreto para nadie que las riquezas producidas durante décadas por la sobre explotada mano de obra haitiana ha creado la base económica sobre la cual reposa hoy el desarrollo de la hermana República Dominicana. No apoyaré aquí mi afirmación con datos o estudios económicos, pero el espacio del debate esta abierto para quien quiera refutar esta afirmación y pueda demostrar lo contrario.
Apoyándose entonces sobre la realidad contundente que es la visibilidad de la presencia haitiana, los sectores nacionalistas tampoco han desperdiciado la ocasión para presentarnos un cuadro alarmante que se supone ocasionan estos inmigrantes con relación al gasto social dominicano.
Las estadísticas de hospitales y otros gastos para mantener esta colectividad haitiana de repente pululan y proliferan tan velozmente como algunos articulitos baratos producidos en una cadena de montaje de una pequeña industria en Hong Kong.
Pero, cuando observamos las condiciones difíciles, que llegan a ser infrahumanas en algunos lugares donde laboran haitianas y haitianos en territorio dominicano, cabe sentirse, la persona que observa, muy escéptica ante estas publicaciones que se proponen presentarnos los datos que confirmarían la “enorme carga” que representa esta mano de obra para el Estado dominicano.
Cuando sabemos que los dominicanos y dominicanas, descendientes de haitianos sobreviven difícilmente sin acceso a nada, no se explica esta supuesta carga que representan.
¿No sería todo lo contrario? ¿No es esa mano de obra progenitora de riquezas? ¿Acaso, no sería que los inmigrantes haitianos y los dominicanos(as) descendientes de haitianos, soportan sobre sus incansables hombros, el estilo de vida y las riquezas de la elite nacionalista que tanto los desprecia y que por mantener este estilo, no reciben nada en cambio? ¿No es admitido científicamente que los inmigrantes de todas las latitudes generan riquezas en todos los países del mundo?
Una parte de la solución que esta en mano de los sectores nacionalistas dominicanos es que por lo planteado hasta aquí, informen a la población de los reales y constantes aportes de la colectividad haitiana a la economía dominicana. Lo decente es que se deje de presentar el inmigrante como un simple parásito de la sociedad, porque no es así. Lo justo es ser sincero y ecuánime al momento de sopesar las consecuencias positivas y las negativas que genera cualquier migración en el mundo.
Estos son unos primeros pasos hacia “posibles soluciones”. Concluiremos la próxima semana. ¡Hasta entonces!
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