Dentro de los numerosos artículos que se ha publicado en la prensa dominicana y que tratan del tema de la migración haitiana en territorio dominicano, hay unos escritos que permanecen inolvidables.
Hablo de estos artículos que hay que leer una y otra vez y que al transcurrir el tiempo, no pierden de su agudeza, de su vigencia y de su fuerza.
El siguiente artículo escrito por Sara Pérez y publicado en Clave Digital el 8 de noviembre de 2005, es uno de estos:
Padre Ruquoy, perdónenos usted a nosotros
Distinguido sacerdote Pedro Ruquoy, heredero de Montesinos:
El 3 de noviembre se reseñó en el periódico Hoy que Usted pedía perdón al pueblo dominicano y a las autoridades civiles y religiosas por haber declarado como hijos suyos, con fines de regularizar el estatus legal de los mismos, a dos niños de origen haitiano, nacidos en República Dominicana.
Como parte de ese pueblo dominicano y sin sentirme vocera más que de mí misma, permítame decirle que quienes tenemos que pedir perdón somos nosotros, porque Usted no habría tenido que hacer eso, si las leyes dominicanas se respetaran y si los irresponsables gobiernos dominicano, haitiano, norteamericano, entre otros, buscaran soluciones humanas, sensibles y justas, a una situación desesperada como la de Haití.
Los haitianos en República Dominicana me recuerdan aquella fábula del mendigo que se autocompadecía porque su comida era dos o tres uvas, hasta que miró hacia atrás y vió a otro mendigo que recogía las cáscaras de las uvas que él había masticado y tirado. Si los dominicanos no tuviéramos a los haitianos, tendríamos que inventarlos, aunque sólo sea para que nos eleven la autoestima. Los políticos ladrones, los prelados religiosos corruptos, los empresarios insaciables que gobiernan la República Dominicana, debían estar orgullosos de que la mierda de país que han hecho, aparezca como una tierra prometida, aunque sólo sea ante los ojos del más miserable y desamparado de todos los pueblos de América.
Las excusas tenemos que pedirlas nosotros, padre Ruquoy, la prensa, tan objetiva ella, que cuenta cuántas haitianas alumbran en los hospitales dominicanos, pero no sabe cuántas dominicanas tienen sus hijos en los hospitales de Estados Unidos, Puerto Rico, Canada, España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, etc. Tal vez algunos aspiran a recoger los escombros del muro de Berlín para colocarlo en la frontera domínico-haitiana.
Cierto que República Dominicana no tiene los recursos de otros, pero no es tan pobre como para que no pueda ser saqueada por banqueros, políticos, iglesias, militares y empresarios, así es que bien se puede sacar alguna tajadita para obras filantrópicas, si es que prefieren llamarle donación a lo que es justicia y derechos humanos universales. El pueblo dominicano se bastaría a sí mismo y le sobraría para darle a Haití, Guatemala, Nicaragua y otros países más descalabrados que ella, si se ahorrara algo de lo malgastan sus gobernantes. Nada más con reducir a niveles razonables las pensiones desproporcionadas de ciertos ex funcionarios, eliminar las ONGs de los congresistas y otros de sus gastos superfluos y poner algún control financiero a la Liga Municipal Dominicana, sobrarían recursos para resolver más de una urgencia, sin importar el color, ni el orígen del beneficiado.
¿Que son ilegales? Pero ¿Puede hablar de legalidad un mamotreto ridículo de Estado, que incumple flagrantemente su Constitución, en la que se considera dominicano a todo el nacido en su territorio? ¿Un Estado que socava las vías institucionales para regularizar el estatus legal de sus habitantes y cuyas oficialías civiles, muchas de ellas dirigidas por gánsteres, son un desastre, en las que con dinero y macuteos se resuelve cualquier cosa, desde certificados de nacimientos falsos para prospectos de beisbol con edades alteradas, hasta declaraciones tardías de hijos impropios? ¿Puede reclamar legalidad, el mismo Estado que por décadas, especialmente durante los gobiernos de Balaguer, traficó con haitianos, los explotó, los exprimió, los esclavizó, los segregó en chiqueros, sin proporcionarles servicios elementales, para después dejar en un limbo jurídico a sus hijos, nietos y continuadores de esa tradición, (iniciada, aupada, consolidada por el Estado), de llegar a trabajar a República dominicana sin documentos, sin garantías, sin nada?.
Además, padre Ruquoy, los dominicanos debían ser más comprensivos con los que en aras de la sobrevivencia, a veces buscando una pequeña hebra para aferrarse a la vida, utilizan algunos subterfugios para legalizar su estatus en algún país extranjero. El berenjenal que tienen muchos dominicanos en los papeleos de migración no es precisamente un modelo de probidad y exactitud. Hay niños que aparecen en los papeles como hijos de un tío, o de la abuela. Hermanos casados entre sí, con documentos falsos, proporcionados por el Estado Dominicano a través de sus oficialías civiles. Suplantaciones de identidad. Una mujer que “viaja” con los documentos de su hermana. Otro que por una u otra razón no califica para obtener visas y residencias y los solicita con los documentos de un familiar fallecido. Gente que trabaja utilizando el número de seguro social de otro. Personas que han salido –sabrá Dios cuántas- del país con pasaportes de regidores. En fin, un millón de triquiñuelas a las que recurren gentes desesperadas, en cuyo país el caos es parte de la experiencia vital y violar procedimientos burocráticos -y de cualquier tipo- es una rutina generalizada. Si Balaguer, el padre de la democracia dominicana, consideraba que La Constitución es un pedazo de papel, -para limpiarse el trasero, digo yo-, ¿por qué el vendedor analfabeto de cocos fríos o el infeliz dominicano, de origen haitiano, con los mecanismos de incorporación normal al sistema cerrados, debe preocuparse porque su acta de nacimiento sea estrictamente fidedigna?
Y no tiene Usted que pedir excusas tampoco a las autoridades religiosas de la iglesia a la que pertenece. El catolicismo se implementó en lo que hoy es el territorio dominicano, enarbolado por un criminal llamado Cristóbal Colón, que cuando llegó a esas tierras era un ilegal sin visa y sin permiso de entrada y hoy se le homenajea con faros y estatuas. Todo hay que verlo en perspectiva. Quizás dentro de 500 años los faros y estatuas de República Dominicana homenajeen a algún dominicano llamado Luis Pie.
No, no pida perdón padre Ruquoy. Si por algo no deben los seres humanos pedir perdón, es por comprometerse, por ser solidarios, por arriesgarse y conmoverse ante la desgracia y la miseria de otros.
Hablo de estos artículos que hay que leer una y otra vez y que al transcurrir el tiempo, no pierden de su agudeza, de su vigencia y de su fuerza.
El siguiente artículo escrito por Sara Pérez y publicado en Clave Digital el 8 de noviembre de 2005, es uno de estos:
Padre Ruquoy, perdónenos usted a nosotros
Distinguido sacerdote Pedro Ruquoy, heredero de Montesinos:
El 3 de noviembre se reseñó en el periódico Hoy que Usted pedía perdón al pueblo dominicano y a las autoridades civiles y religiosas por haber declarado como hijos suyos, con fines de regularizar el estatus legal de los mismos, a dos niños de origen haitiano, nacidos en República Dominicana.
Como parte de ese pueblo dominicano y sin sentirme vocera más que de mí misma, permítame decirle que quienes tenemos que pedir perdón somos nosotros, porque Usted no habría tenido que hacer eso, si las leyes dominicanas se respetaran y si los irresponsables gobiernos dominicano, haitiano, norteamericano, entre otros, buscaran soluciones humanas, sensibles y justas, a una situación desesperada como la de Haití.
Los haitianos en República Dominicana me recuerdan aquella fábula del mendigo que se autocompadecía porque su comida era dos o tres uvas, hasta que miró hacia atrás y vió a otro mendigo que recogía las cáscaras de las uvas que él había masticado y tirado. Si los dominicanos no tuviéramos a los haitianos, tendríamos que inventarlos, aunque sólo sea para que nos eleven la autoestima. Los políticos ladrones, los prelados religiosos corruptos, los empresarios insaciables que gobiernan la República Dominicana, debían estar orgullosos de que la mierda de país que han hecho, aparezca como una tierra prometida, aunque sólo sea ante los ojos del más miserable y desamparado de todos los pueblos de América.
Las excusas tenemos que pedirlas nosotros, padre Ruquoy, la prensa, tan objetiva ella, que cuenta cuántas haitianas alumbran en los hospitales dominicanos, pero no sabe cuántas dominicanas tienen sus hijos en los hospitales de Estados Unidos, Puerto Rico, Canada, España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, etc. Tal vez algunos aspiran a recoger los escombros del muro de Berlín para colocarlo en la frontera domínico-haitiana.
Cierto que República Dominicana no tiene los recursos de otros, pero no es tan pobre como para que no pueda ser saqueada por banqueros, políticos, iglesias, militares y empresarios, así es que bien se puede sacar alguna tajadita para obras filantrópicas, si es que prefieren llamarle donación a lo que es justicia y derechos humanos universales. El pueblo dominicano se bastaría a sí mismo y le sobraría para darle a Haití, Guatemala, Nicaragua y otros países más descalabrados que ella, si se ahorrara algo de lo malgastan sus gobernantes. Nada más con reducir a niveles razonables las pensiones desproporcionadas de ciertos ex funcionarios, eliminar las ONGs de los congresistas y otros de sus gastos superfluos y poner algún control financiero a la Liga Municipal Dominicana, sobrarían recursos para resolver más de una urgencia, sin importar el color, ni el orígen del beneficiado.
¿Que son ilegales? Pero ¿Puede hablar de legalidad un mamotreto ridículo de Estado, que incumple flagrantemente su Constitución, en la que se considera dominicano a todo el nacido en su territorio? ¿Un Estado que socava las vías institucionales para regularizar el estatus legal de sus habitantes y cuyas oficialías civiles, muchas de ellas dirigidas por gánsteres, son un desastre, en las que con dinero y macuteos se resuelve cualquier cosa, desde certificados de nacimientos falsos para prospectos de beisbol con edades alteradas, hasta declaraciones tardías de hijos impropios? ¿Puede reclamar legalidad, el mismo Estado que por décadas, especialmente durante los gobiernos de Balaguer, traficó con haitianos, los explotó, los exprimió, los esclavizó, los segregó en chiqueros, sin proporcionarles servicios elementales, para después dejar en un limbo jurídico a sus hijos, nietos y continuadores de esa tradición, (iniciada, aupada, consolidada por el Estado), de llegar a trabajar a República dominicana sin documentos, sin garantías, sin nada?.
Además, padre Ruquoy, los dominicanos debían ser más comprensivos con los que en aras de la sobrevivencia, a veces buscando una pequeña hebra para aferrarse a la vida, utilizan algunos subterfugios para legalizar su estatus en algún país extranjero. El berenjenal que tienen muchos dominicanos en los papeleos de migración no es precisamente un modelo de probidad y exactitud. Hay niños que aparecen en los papeles como hijos de un tío, o de la abuela. Hermanos casados entre sí, con documentos falsos, proporcionados por el Estado Dominicano a través de sus oficialías civiles. Suplantaciones de identidad. Una mujer que “viaja” con los documentos de su hermana. Otro que por una u otra razón no califica para obtener visas y residencias y los solicita con los documentos de un familiar fallecido. Gente que trabaja utilizando el número de seguro social de otro. Personas que han salido –sabrá Dios cuántas- del país con pasaportes de regidores. En fin, un millón de triquiñuelas a las que recurren gentes desesperadas, en cuyo país el caos es parte de la experiencia vital y violar procedimientos burocráticos -y de cualquier tipo- es una rutina generalizada. Si Balaguer, el padre de la democracia dominicana, consideraba que La Constitución es un pedazo de papel, -para limpiarse el trasero, digo yo-, ¿por qué el vendedor analfabeto de cocos fríos o el infeliz dominicano, de origen haitiano, con los mecanismos de incorporación normal al sistema cerrados, debe preocuparse porque su acta de nacimiento sea estrictamente fidedigna?
Y no tiene Usted que pedir excusas tampoco a las autoridades religiosas de la iglesia a la que pertenece. El catolicismo se implementó en lo que hoy es el territorio dominicano, enarbolado por un criminal llamado Cristóbal Colón, que cuando llegó a esas tierras era un ilegal sin visa y sin permiso de entrada y hoy se le homenajea con faros y estatuas. Todo hay que verlo en perspectiva. Quizás dentro de 500 años los faros y estatuas de República Dominicana homenajeen a algún dominicano llamado Luis Pie.
No, no pida perdón padre Ruquoy. Si por algo no deben los seres humanos pedir perdón, es por comprometerse, por ser solidarios, por arriesgarse y conmoverse ante la desgracia y la miseria de otros.
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